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Javier Giner: Compro democracia

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El 16 de Mayo del 2012, La Caixa retiró toda la publicidad de cualquier medio (escrito y televisivo – TV3) que se hiciera eco de las caceroladas de indignados que transcurren frente a la sede central de la entidad en la Avenida Diagonal de Barcelona. Lo cierto es que no sé por qué se producen las citadas caceroladas, no tengo ni idea de cuáles son las reivindicaciones de los concentrados a las puertas de la entidad. Tengo tal borrachera de desastres económicos y sociales, de recortes, activos tóxicos, primas de riesgo, gobiernos tecnócratas, proyectos de leyes, intervenciones autonómicas, estatales, daciones en pago, planes de reducción de deficit que todo me da vueltas y ya no tengo claro por qué se producen actos concretos como estas caceroladas. Hay tal superávit de concentraciones e iniciativas y marchas y pancartas como resultado directo de los abusos y desastres y mentiras y manipulaciones políticas (independientemente del credo político, ojo) que me resulta casi imposible poder seguir todas y, a menudo, como es el caso de estas caceroladas, me pierdo en el agujero negro de las demandas generales. La razones por las que yo sigo saliendo a la calle: para pelear y defender mi derecho a que dejen de tomarme el pelo y a que las cosas cambien. Para revitalizar y cambiar los valores que tanto daño me están haciendo. Para que, en el fondo, la existencia deje de ser una razón puramente económica. Porque yo no soy un mercado y mi vida, mucho menos. Por mucho que Keynes y Olli Rehn y De Guindos se empeñen en lo contrario.

Desde hace ya tiempo la publicación en mundos como la moda tenía un poderoso halo económico: si invertías en publicidad en el medio en cuestión, las editoriales fotografiadas mostrarían tus creaciones y accesorios, dentro de los esquemas estéticos elegidos para la ocasión. No creo que sea ningún secreto que, a menudo, los bolsos o la ropa elegida para las modelos era “comprada” a base de “meter publi”, como se dice en el mundillo. Alguna que otra revista, es vox populi, vende sus portadas y no me refiero a la prensa del corazón sino a medios informativos. ¿Que quieres salir en portada? Pues pagas tanto y ahí la tienes, toda para ti. También es cierto que a menudo las marcas compraban “contenido editorial” con su inversión publicitaria. Yo te meto publicidad, a tanto la página, y tú me das una cobertura decente a mis productos o hablas de mi empresa o me sacas en alguna noticia los eventos que hago. Aunque esto se opone a la libertad de prensa como concepto teórico y hace realmente difícil a nuevos emprendedores acceder a esa exposición (por falta de euros para invertir) tampoco es cuestión de ser talibán al respecto. Puedo llegar a entender que la tan cacareada objetividad informativa desapareció con la introducción del componente económico. Un medio de información también es una empresa. Y parte de su posible beneficio viene de situarse como un escaparate poderoso y sólido. No se trata de ONGs. Muchas veces un medio no se financia SOLO con los resultados de su venta sino que la publicidad tiene una alta participación en su supervivencia. De hecho, no ha sido SOLO la llegada del digital y la información internauta la que está asfixiando la supervivencia del medio en papel. Mucha parte de su vía crucis viene por la caída drástica en inversión publicitaria de las marcas en las revistas y periódicos en papel. La gente ha dejado de visitar el kiosco y las empresas no tienen un duro para invertir. Es decir, de nuevo por el euro.

Pero al leer esta noticia esta mañana, me he lanzado ávido al ordenador y me he puesto a escribir esto. ¿Por qué? Porque si no lo hago, me voy a La Caixa y le prendo fuego. Porque he tenido que encontrar una forma constructiva de canalizar la furia que me ha invadido al ver que la democracia se está comprando con el resultado de su desvanecimiento. Porque la noticia acerca de cómo los ejecutivos de La Caixa, al más puro estilo Vito Corleone, amenazan (y retiran) la publicidad a cualquier medio que se haga eco de las protestas frente a su entidad es UNA AUTÉNTICA PESADILLA. Un insulto, un puñetazo, una herida terrorífica cuyo resultado puede ser una infección gangrenosa mortal.

Ahora intentan que comencemos a vivir una época, a tenor de la noticia, en la que los contenidos editoriales no vengan marcados por un consejo de redacción o un editor jefe. Parece ser, como el desembarco a lo abordaje pirata de RTVE (en solitario, con una mayoría absoluta que no busca el consenso sino la imposición) que ha ocurrido esta última semana, que ahora las noticias y los contenidos van a ser decididos desde consejos de administración de grandes fortunas y conglomerados empresariales. Yo puedo vivir con el hecho de que haya distintos medios, de distintos talantes políticos, controlados por lobbies internos y corrientes de pensamiento dispares. Eso es saludable, es democracia, es aprender a tolerarnos, a entender que no todos somos “yo”. Incluso por muy venenosos que sean algunos. La diferencia nutre y a través de la diferencia se crece. Está bien reafirmar que existen personas que no piensan como nosotros. Es cierto que la prensa cada vez parece más una pelea de camioneras tetonas ahogadas en lodo parduzco, pero eso es otro artículo. A lo que me niego, lo que me produce un terror apabullante es que ahora las noticias vengan marcadas, bajo amenaza, por el dinero.

Y resulta que no es tan tremendo que La Caixa enarbole el euro como medio para controlar la información. Después de todo es un banco y sólo conoce ese idioma. No le puedes pedir empatía, ni poesía, ni generosidad. Es una entidad financiera que sólo entiende de tantos por ciento, fondos y balances. Es un mausoleo construido para la avaricia, no el sentimiento. Lo que es realmente delirante es que esa amenaza tuvo un resultado inmediato en la cobertura de la noticia. Es decir, que en poco menos de 24h, la noticia desapareció o se minimizó hasta el ridículo (en algunos casos desaparecieron menciones a La Caixa o CaixaBank). Esa es la verdadera noticia: que muchos medios, bajaron la cabeza y aceptaron ser intervenidos con tal de seguir recibiendo la inversión publicitaria. Con la consiguiente pérdida de información realista para sus clientes, nosotros.

Igual es que vivimos en un 1984 y yo no me había dado cuenta, que podría ser perfectamente porque yo últimamente sólo pienso en qué tengo que hacer para conseguir llevar mis lorzas al gimnasio. Quizá eso que llaman distopía es en realidad el presente en el que vivimos. Si es así, ¿cuánto tiempo queda para que quemen libros como en Farenheit?

En días así, doy gracias por Internet (aunque me amenacen con represalias penales), por Twitter (aunque enarbolen la sombra de una cárcel) y por canales mucho menos intervenidos que los que, dinosaurios moribundos, venían siendo los oficiales. Y pienso que quizá no es que la gente ya no quiera leer ni comprar periódicos ni visitar los quioscos. Quizá es simplemente que la gente está cansada de que les mientan y les condicionen. Quizá la crisis de los diarios y los grupos editoriales no sea tanto una crisis económica sino una crisis de confianza, una crisis de “verdad”. Quizá es que muchos nos hemos dado cuenta ya de que la información que recibimos no solo es sesgada sino que está vendida. Menuda putada que la gente se despierte para los ejecutivos de La Caixa y para medios que se venden a golpe de talonario. Quizá esta sea la forma por la que, AL FIN, desarrollemos generaciones con curiosidad y criterio. Quizá saber que no podemos fiarnos de ningún tipo de noticia ni cobertura (de cualquier corriente política) nos haga buscadores de verdad. Nos haga, por fin, curiosos. Y en el camino aprendamos a pensar por nosotros mismos. Sería una contestación poderosísima a todos los atropellos que venimos sufriendo desde hace años desde todos los estamentos de poder.

Ojalá nos despertemos del letargo y no dejen de enfurecernos nunca situaciones como ésta. Y que no se quede ahí, que nos haga seguir buscando por nosotros mismos.

Que ellos pisen y que con cada pisada, nosotros nos reafirmemos en que nuestra democracia, como nuestra vida, no está en venta.

Fotografía: Tono Carbajo

 

 

 


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